Llevamos ya unos cuantos años sufriendo una crisis que a todos, en mayor o menor medida, nos ha
impactado de lleno en nuestra zona de confort.
Es
cierto que con algunas personas ha sido mucho más cruel que con otras, como también
es cierto que, por desgracia, hoy y siempre, hay y ha habido gente que sufre
más que nosotros, que vive en condiciones extremas, que pasa hambre, que vive
los horrores de la guerra, que soporta abusos terribles que se quedan impunes y
justificados en una cultura basada en principios que violan todos los derechos
humanos, argumentados por una religión mal entendida, por unos derechos
adquiridos carentes del menor sentido común, sólo por haber nacido hombre, en
lugar de mujer en una sociedad machista y fuera de toda lógica.
Es
cierto que la injusticia existe en el mundo y a unos niveles desorbitados, es
cierto que los abusos de poder basados en los intereses económicos están a la
vuelta de la esquina en numerosos sectores, es cierto que vemos todos los días
muy cerca personas en situaciones mucho peores que las nuestras...
Es cierto que
la vida no es justa, fácil, ni perfecta.
Sí,
todo eso es cierto, injusto y terrible, pero lo que también es cierto es
que cada uno de nosotros tenemos una vida, la nuestra, con nuestras circunstancias,
nuestros propios problemas, nuestras heridas, nuestras propias guerras en las
que no nos queda más remedio que luchar cada día.
Guerras en las que nos
hieren, guerras que se nos van de las manos, guerras para las que no tenemos armas, guerras
para las que no hay manual sino que lo vamos escribiendo día a día con la
sangre de cada herida, de cada derrota, de cada paso adelante conseguido a base
de prueba y error, guerras que nos agotan hasta la extenuación, guerras que nos
dejan sin aliento, guerras que no queremos luchar, guerras que no buscamos,
guerras en las que, por momentos, morimos aún con los ojos abiertos...
Y llega un día en que ya no podemos más y sentimos
que preferimos morir en el campo de batalla a seguir luchando…
Desgraciadamente
hay mucha, demasiada gente así muy cerca de nosotros.
Es
fácil juzgar desde fuera cualquier situación, es fácil criticar y denostar a
personas que están pasando una realidad de profunda tristeza, desconsuelo y
desolación.
Es
muy fácil decir, “sin estar en sus zapatos”, no tienes derecho a quejarte, no
puedes estar así, tienes que valorar todo lo que tienes y ser feliz.
A
veces, no es cuestión de no valorar lo que se tiene, no es cuestión de no querer
ser feliz, la cuestión está en que todos tenemos un límite, nuestra capacidad
no es infinita, ni siempre está al máximo potencial.
Cada batalla nos debilita,
cada herida deja una marca, cada intento de éxito sin resultados va minando
nuestra energía y todo pasa factura hasta que las reservas se agotan y sientes
que ya no puedes más y no quieres seguir...
¿Sabes?, no
hace mucho leía: “Depresión nombre de mi vida”, un post de Ismael Dorado, gran profesional de la psicología, de quien aprendo con cada uno de sus escritos. Y de éste subrayo especialmente esta reflexión:
“Que solidarios somos a veces con las personas que sufren en lejanos
países y que distantes con los que sufren a pocos suspiros de nosotros. Muchas
veces no hay que hacer nada más que escuchar, agarrar su mano y dejarles sentir
que no están solos.”
Cuan
profundas y ciertas son esas palabras…
Cuando
alguien se encuentra extenuado, sin fuerzas, sin ánimo, sin ilusión, cuando la
tristeza se ha apoderado de su corazón, cuando ya no puede más y no encuentra
consuelo…. Cuando lucha por salir de ahí pero el avance es tan lento que
agota….Cuando para alguien la vida deja de tener sentido….
Quizás lo único que
necesita es un poco de comprensión y un abrazo que no vislumbra por ningún
sitio.
No
tenemos derecho a juzgar, a atosigar recordando que no tiene porqué estar así
y después salir corriendo por si nos “salpica”.
Te
aseguro querido amigo que a nadie le gusta, ni elige por voluntad propia perder
la alegría de vivir, así que, por favor, remángate los pantalones y baja hasta
el barro, déjate de tópicos, frases hechas y manidos consejos, sólo haz saber
tu presencia como roca sólida y fuerte donde apoyarse, y sé ese remanso de vida
dónde esa persona pueda descansar, se sienta arropada, comprendida y poco a
poco pueda recuperar su fuerza y volver a sonreír.
Sólo
dale la mano, camina a su lado y hazle saber que no está sola.
Si
de verdad te preocupa la injusticia y la solidaridad en el mundo, comienza por cambiar lo que
está en tu mano, quizás algún día también tú necesites que te abracen, te comprendan y te
acompañen.
Esther de Paz
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Un dato a tener en cuenta:
ResponderEliminarDe los 3.941 suicidios que se produjeron en 2020, 2.930 fueron suicidios de hombres y 1.011 de mujeres. Así pues, se suicidan 12,62 hombres de cada 100.000 y 4,18 mujeres de cada 100.000
Hola Javier, la depresión no distingue de género y los problemas que conlleva son comunes a todos ellos.
EliminarUn saludo