lunes, 1 de febrero de 2016

Bailando con la vida…



























La vida no es fácil, todos lo sabemos, te pone a prueba constantemente, te reta, te mide, te desafía, te golpea, te desconcierta, te lleva hasta el límite y allí te deja observando a ver lo que haces….

No es sencillo seguir su ritmo sin perder el compás, baila contigo como un maestro y cuando te confías te da un pisotón, un toque de atención por si has olvidado que bailar con ella es un reto de superación diario. 

Cada día te enseña un nuevo paso, una nueva vuelta, un nuevo tirabuzón en el que a veces te enredas…, en ocasiones te lleva de la mano y la danza fluye sola, como si hubieras nacido bailando. Otras te suelta y el baile continúa únicamente contigo. No se para, sino que la música se acelera exigiendo tu máximo potencial para mantenerte en pie sin dar un traspiés, aguantando el tipo aún a ritmo de acordes que jamás oyeron tus tímpanos. Y ahí estás, sólo en la pista de baile, el teatro lleno de espectadores que dependen de tu destreza para seguir el ritmo sin fallar ni desfallecer, tú lo sabes y no te permites dejar de bailar y como lo haces bien y no abandonas todavía te exigen más y más y cada vez más. Y el tiempo corre sin descanso, ese que estás pidiendo a gritos, pero no puedes parar porque el espectáculo se vendría abajo.

Los espectadores ya se han acostumbrado y dependen de ti, las fuerzas comienzan a fallarte, lanzas señales invitándoles a bailar contigo, eso te daría un respiro, pero nadie sube al escenario, es más fácil patalear o aplaudir siendo un espectador, no requiere esfuerzo, no supone responsabilidad ni desgaste, "otro" hace el trabajo.

Esas personas únicamente quieren que seas su apoyo, que el trabajo duro sea "otro" el que lo haga, que abras camino por ellos mientras son espectadores pasivos.

Abrir sendero en una selva supone fuerza, sudor, heridas, agotamiento, si lo hace un ajeno es más sencillo, así, cuando se llega la autopista está lista para circular, hasta se puede utilizar un vehículo sin ni siquiera hacer el esfuerzo de caminar…

Y así, un día tras otro, tus fuerzas se agotan, te sientes sólo, la música comienza a ser una tortura y tus pies poco a poco pierden el compás….

No entiendes porqué nadie ve que tú no eres perfecto, que también necesitas apoyos, compañeros de baile que te den la mano, que te tarareen la música cuando no te sabes la letra, que te la escriban incluso, en esas estrofas que desconoces y te desorientan, que, aunque eres fuerte, tus fuerzas no son inagotables porque eres humano, vulnerable e imperfecto.

La vida es un trabajo en equipo y hasta el líder más brillante necesita a su gente para triunfar.

Ser fuerte, ser valiente, atrevido, proactivo, generoso, luchador, hace que parezcas inagotable, el bailarín al que la naturaleza le ha regalado un “don” especial para improvisar en cualquier escenario y con cualquier melodía la danza perfecta, enseñando en cada paso de baile a su público cómo se debe bailar.

Querido amigo, no sé tú, pero yo en ocasiones me siento así y siento que me fallan las piernas… que se me ha acabado la capacidad de improvisar, la fuerza para seguir tirando de todo, la ilusión por ensayar piezas nuevas, por salir al escenario y bailar aún cuando ello ha sido siempre mi mayor motor.

No obstante pienso que si he puesto el corazón en todo lo que he hecho, si he sido fiel a mis principios y mis valores, si he dado todo por lo que creo y lo que quiero, si, a pesar de no tener un maestro en la mayoría de las ocasiones ni un tutorial para consultar, me he atrevido a entrar en la selva machete en mano y abrir camino dónde sólo había espesor, si mi esfuerzo y mi tesón han dado resultados, si he aprendido de mis errores, si mis puntos débiles hoy son un poquito más fuertes, si mis capacidades han servido para ayudar a alguien y hacerle sentir mejor, nada ha sido en vano, aún cuando el estado de agotamiento se empeña, con saña, en intentar convencerme de lo contrario…

Te decía que no es sencillo seguir el ritmo de la vida sin perder el compás, bailar con ella como un maestro y aguantar el pisotón cuando te confías, recordatorio de que bailar es un reto diario de superación.

No obstante también, he aprendido que debes poner un enorme cartel en la puerta de tu vida que diga:

“Reservado el derecho de admisión”

No bailes para cualquiera, no te desgastes en caminos que no llevan a ninguna parte, selecciona tus compañeros de viaje y no olvides que cada día es una nueva oportunidad de ejecutar un nuevo paso de baile pero no permitas que cualquiera tenga el privilegio de verte bailar.

Se selectivo con los espectadores, elige a aquel que esté dispuesto a ser de tu equipo sin restricciones, a aquel que te de sustento cuando te fallan las fuerzas, a aquel que te comprenda y te admire porque no eres perfecto, a aquel que se atreva a sujetar tu mano y compartir el peso del machete para abrir camino contigo, a aquel que te admire por tu fuerza pero que te insufle energía cuando no puedas más, a aquel que te quiera tal y como eres, fuerte, pero imperfecto, vulnerable y humano.

No te exijas, ni permitas que nadie lo haga si no está dispuesto a bailar contigo y tropezar.

No dejes nunca de bailar. Confía en ti mismo y jamás tires la toalla. La vida te pone a prueba, es cierto, pero detrás de esas pruebas, están tus sueños,  existen y te están esperando.

Recuerda que tus fuerzas flaquearán hasta el límite y anhelarás el momento de cerrar el telón. Pero será sólo por unos instantes, los justos para que entres en bastidores yen el siguiente acto, reaparezcas triunfante con tu mejor traje de baile.

¡Baila con la vida! 

Porque la vida te sorprende y cuando piensas que ya nada tiene sentido... 
de repente, todo comienza a tenerlo de nuevo...



Esther de Paz


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