Tras los cristales
la lluvia caía torrencialmente mientras la chimenea crepitaba.
Desde el sofá, bajo
una manta, contemplaba la tarde escuchando el sonido del agua golpeando la
ventana, imparable, rítmico, al compás de su propia melodía, ajeno a todo lo
existente a su alrededor.
Cerró los ojos y
sintió cómo sus dedos acariciaban con ternura su piel deslizándose sinuosa y
dulcemente hacia un destino incierto, ansiado, desconocido. Percibía su
inconfundible aroma. Inspiró profundo. ¡Cuánto le gustaba su olor!
Sintió su boca
junto a su boca. Labios con labios, lengua con lengua, comenzaron casi con
timidez a descubrirse. Despacio, sin prisa, lentamente exploraban texturas,
sabores, en un juego perfectamente acompasado intercambiando cómplices fluidos
de amor.
Todos los sentidos despiertos...
Todos los sentidos despiertos...
Y se dejó llevar sin
resistencia, abandonándose en un mar de emociones de esas… que erizan la piel. Secretos
de amor, tensiones de pasión, caricias compartidas, miradas que se hablan sin
necesidad de palabras....
¡De nuevo era feliz!
Y quiso detener el
tiempo...
Porque ella y sólo
ella, después de años, hizo posible vivir de nuevo un instante a su lado.
Como si fuese
cierto, como si fuera real...
La lluvia...
Esther de Paz
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